TRANSFORMAR EL ODIO A TRAVÉS DEL PERDÓN
Aunque parezca mentira el odio está presente en muchos contextos de la sociedad: en el entorno laboral (muy relacionado por cierto con el el mobbing o acoso laboral), en las relaciones de pareja, en las competiciones deportivas, incluso, y aunque parezca mentira, es muy común dentro de las propias relaciones familiares. Hoy vamos a investigar qué hay detrás del odio y cómo podemos trascenderlo definitivamente. Y es que la vida es demasiado hermosa y demasiado corta para perder el tiempo odiando algo o alguien, ¿no te parece? La misma energía poderosa y constructiva que hay en el amor hay en el odio, pero en este caso se trata de una energía muy destructiva. El odio es una forma extrema de aversión, un modo exacerbado de antipatía y rechazo hacia algo o hacia alguien. Está presente en la mente y en las emociones de muchas personas y se expresa a través de palabras, actitudes y comportamientos.
A veces se camufla vistiéndose de muchos ropajes, algunos tan habitualmente disimulados que no parecen efecto del odio, aunque ciertamente lo son. La mordacidad, la ironía hiriente, el desprecio y el menosprecio, el afán de humillar y ridiculizar y el sentido cruel del humor son también formas de ese veneno emocional siempre perjudicial que es el odio, que puede ser tan visceral que incluso puede hacer enfermar a quien lo padece.
El odio representa una cualidad negativa para quien lo experimenta, retroalimentada por los pensamientos hostiles y donde anida el afán de venganza o de revancha, el resentimiento y el rencor, el deseo de que sufra la persona odiada y los malos sentimientos hacia ella.
Se pierde mucha energía y se acumula mucha desdicha. El odio roba la paz, la alegría y la satisfacción, cobrándose una factura muy elevada puesto que envenena a la persona y consume lo mejor de ella.
El odio es como una neblina que puede penetrar por todos los rincones pudiéndose dar en la empresa, por competencias profesionales o antipatías instintivas, o incluso dentro de las propias familias, quizá por aquella sabiduría popular de los dichos de que «donde hay confianza da asco» o «el roce hace el cariño» y a veces, como decía una amiga «el roce hace rozaduras».
Por odio se puede llegar a difamar a una persona, arruinar su vida familiar o profesional, despreciarla y ridiculizarla, ofenderla por sistema y tenerla como diana en la que, si hay ocasión, clavar nuestros dardos envenenados.
Por un fenómeno de proyección, a veces odiamos en los otros lo que detestamos en nosotros mismos o les odiamos porque admiramos en ellos lo que no resplandece en nosotros o porque consiguen lo que nosotros somos incapaces de conseguir, es lo que se conoce como la famosa ley del espejo, que afirma que el mundo exterior actúa como un espejo, reflejando tanto nuestra luz como nuestra sombra, siendo un retrato de nuestro mundo interior.
En las relaciones estrechas de cualquier tipo, a menudo aparece el odio rompiendo la ambivalencia odio-amor, de manera que cuando por las circunstancias que sean se rompe la relación, una de las partes, la que se siente traicionada o abandonada puede comenzar a sentir a la otra como un rival o implacable enemigo, hasta el punto de preferir destruirla sino puede recuperar ese tipo de relación estrecha. Esto se ve muy claro en las relaciones de pareja pero también es más común de lo que pensamos en las relaciones laborales, donde una de las partes puede sentirse invadida en su intimidad por la otra y el distanciamiento que pretende establecerse provoca en la otra persona una reacción de odio, como si de alguna manera se sintiese abandonada o traicionada, algo que incluso puede agravarse si la persona que decide distanciarse se acerca a otra persona.
La gran tragedia del odio es que podrá o no destruir a la persona odiada, pero ineludiblemente destruye a la persona que odia. Y es que lo que hacemos a otros o intentamos hacer a otros, termina por pasarnos factura porque en realidad nos lo hacemos a nosotros mismos.
Muchas veces el odio se oculta tras otras emociones a las que va asociado. A veces esas emociones conducen al odio y a veces lo ocultan. Las siguientes emociones son posibles indicaciones de la presencia del odio:
- La culpa. A veces se suscita un sentimiento de culpa cuando nos damos cuenta de que odiamos a alguien, pues creemos que somos buenas personas y sabemos que las personas buenas no odian; entonces sentimos culpa, pero en realidad si lo analizamos bien estamos encubriendo odio.
- La envidia. Está íntimamente relacionada con el odio. Si sentimos envidia, significa que nos hemos dado cuenta de que otra persona tiene algo que a nosotros nos falta, algo que desearíamos tener. De ahí al odio puede haber un paso sino gestionamos adecuadamente el sentimiento. El aprendizaje pasa por transformar esa envidia en admiración.
- La agresión. A veces si necesitamos sacar la rabia y la agresividad nos permitimos odiar a la persona primero para así poder justificar nuestra conducta agresiva, que en realidad esconde nuestro odio hacia algo o alguien.
- El miedo. Si tenemos miedo a alguien que tiene poder sobre nosotros, es difícil no odiarlo. Suele ser algo más común en los niños que tienen escaso poder sobre sus circunstancias, aunque también puede darse en el caso de los adultos ante determinadas circunstancias. Ante un jefe demasiado autoritario e irrespetuoso, por ejemplo.
- El amor. El amor romántico donde existe una fuerte dependencia del otro puede hacernos sentir heridos cuando el otro nos abandona, entonces podemos llegar a odiar a la persona a la que nos habíamos apegado porque nos sentimos traicionados. Lo cierto es que colocar en la otra persona la responsabilidad de tu bienestar y tu felicidad es una carga muy pesada para cualquiera. Como ya hemos comentado otras veces, lo mejor que puedes hacer por ti y por los demás es aprender a ser feliz por ti mismo, lo cual no significa que seas frío o desapegado, sino que ofreces tu amor desde la abundancia, no desde la escasez.
El resentimiento y el rencor
Cuando el que siente odio no ve la forma de vengarse puede precipitarse en un marcado y corrosivo resentimiento que a veces toma tal virulencia que arruina a la persona en el aspecto emocional.
El rencor sobreviene porque no somos capaces de asimilar una ofensa, injuria, desprecio o herida; de ese modo se perpetúa el sentimiento por tiempo indefinido.
El antídoto del rencor es el perdonar y conciliar. A menudo el rencor se disipa, aunque haya anidado durante años, si la persona que lo inspira se reconcilia con la que lo experimenta o quien lo experimenta decide perdonar aunque sea como actitud interior.
«Tienes mucho que aprender de tus enemigos».
Cómo poner fin al odio
El perdón es la práctica más efectiva de poner fin a todas estas emociones. Y es que perdonar es la terapia más liberadora que existe para dejar de odiar y debatirse entre el rencor y el resentimiento. Si uno quiere dejar de sentir una y otra vez intensamente los efectos devastadores del odio, no le queda más remedio que aceptar los comportamientos del otro, separarlos de la persona en sí y perdonar. Cuando perdonamos nos liberamos de la persona a la que odiamos, con la que estamos esclavizados a través del odio, rompemos las cadenas que nos unen a ella y nos sentimos libres y aliviados de ese resentimiento que nos tenía presos.
Insistimos, no hay camino más eficaz para liberarnos de los efectos devastadores del odio que el del perdón, porque recordemos que quien más sufre es la persona que odia, no la odiada que muchas veces ni siquiera es consciente de ello. Sabemos que a veces no es tarea fácil, pero es necesario si queremos disfrutar de una vida plena en paz y armonía.
Si no tienes la posibilidad de crear un encuentro que te permita la reconciliación con la otra persona porque ésta no está o está distante o porque la propia emoción no te lo permita, puedes realizar un pequeño ejercicio sin tener que decir nada a la persona por la que sientes odio. Intenta empatizar con la persona a la que odias, ya sé que es muy difícil, pero inténtalo y empieza a diferenciar entra la persona que odias y su conducta. Reconoce el daño y la decepción pero intenta apartarte del sentimiento de odio. Ya no lo necesitas. Simbólicamente abre las ventanas de la estancia en la que te encuentres en ese momento y deja que tu cuerpo y tu mente se llenen de aire limpio, date una ducha y cámbiate de ropa. Permítete liberarte de esa carga, renaciendo a una nueva forma de relacionarte con ese asunto.
Si te permites hacerlo posiblemente te sientas más aliviado y con más energía vital. No te sorprendas si al cabo de unos días o semanas el odio regresa, quizá pueda hacerlo con menor intensidad, simplemente recuerda que ese sentimiento ya no tiene poder sobre ti porque has decidido que solo tú eres dueño de como te sientes, restando interés e importancia a lo que los demás puedan pensar o decir sobre ti. Ahora solo depende de ti cómo te sientes, algo que te aporta todo el poder pero también toda la responsabilidad.
Quienes hemos sentido odio alguna vez hacia algo o alguien, sabemos lo destructivo que puede llegar a ser para nosotros por lo que una vez que ha pasado la tempestad que nos originó ese odio y malestar, podemos retomar el control de nuestras emociones cuando entendemos porqué suceden, de dónde vienen y que aprendizajes nos traen para nosotros. Y es que, nunca nos cansaremos de decirlo, el autoconocimiento es el mayor y el mejor de los aprendizajes que podemos tener para seguir aprendiendo sobre lo que sucede en nuestras vidas y cómo respondemos ante ello. Recuerda: tu autoconocimiento es tu súper poder.