LOS 5 COMPONENTES DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

 En Autonocimiento, Desarrollo personal, Desarrollo profesional, Inteligencia Emocional, Liderazgo, Management

¿Qué distingue a los grandes líderes de aquellos que no lo son? Según Daniel Goleman, no son el coeficiente intelectual ni las aptitudes técnicas, sino la inteligencia emocional, un grupo de cinco habilidades que permiten a los mejores líderes maximizar su rendimiento y el de sus equipos.

Además de todo lo que hemos hablado en otros posts acerca de la importancia de la inteligencia emocional en la empresa y en la vida en general, existen 5 componentes de la inteligencia emocional que repercuten sobre los resultados de las personas:

1. Consciencia-Autoconocimiento

Aquí tenemos que diferenciar dos conceptos:

  • Conciencia: todo aquello que tiene que ver con asuntos morales, lo que supuestamente está bien o está mal, lo bueno y lo malo.
  • Consciencia: todo lo que tiene que ver con el conocimiento de uno mismo y el conocimiento de la realidad que nos rodea.

Por tanto como vemos tener conciencia y tener consciencia cambia sustancialmente. En el primer caso entran en juego las creencias y condicionamientos a través de los cuales hemos sido programados, lo cual nos lleva a ver el mundo de una determinada manera basada en conceptos morales. Sin embargo, ver el mundo a través de la consciencia implica verlo tal cual es, neutro, con ausencia de críticas y juicios morales. Las cosas no son ni buenas ni malas, simplemente son como son.

Hace miles de años el Oráculo de Delfos ya aconsejaba conocerse a uno mismo. Así en el frontispicio del templo podía leerse «conócete a ti mismo». Algo que sin lugar a dudas representará para cada uno de nosotros nuestro súper poder, cuyo conocimiento no podrá ser obtenido de ninguna otra fuente externa.

Tener autonocomiento y ser consciente de uno mismo significa conocer profundamente nuestras emociones, virtudes, defectos, necesidades y deseos; así como ver la realidad que nos rodea sin filtros ni condicionamientos.

Las personas que cuentan con esta información no son críticas en exceso, ni emiten demasiados juicios respecto a los demás, ni sobre las cosas que les suceden, porque han desarrollado la capacidad para darse cuenta de que la forma de verse así mismos y a los demás está muy influenciada por sus creencias y condicionamientos.

Míralo de este modo: tú ves el mundo, las circunstancias y a los demás no tal y como son, sino tal y como tú eres. Como tu forma de mirar está condicionada por tus creencias y tu programación, tu mirada se focaliza en ello y termina por absorber tu atención, distorsionando la realidad. Cuanto más se prolongue esa visión deformada de la realidad, tanto más te convencerás de que esa es la verdadera imagen del mundo, porque tu mundo interno, tus apegos y tus miedos no dejan de procesar nuevos datos que refuerzan dicha mirada. Esto es lo que da origen a tus creencias, las cuales no son sino formas fijas e inmutables de mirar la realidad.

Entender el mundo, que de por sí es móvil y cambiante, solo será posible cuando seas capaz de distanciarte de tus creencias, de tus miedos y de tus apegos que son los que realmente te impiden verte a ti mismo, al mundo y a los demás.

Así pues conocer nuestros valores, apegos, miedos, virtudes, debilidades o impulsos, y el impacto que éstos tienen sobre todo lo demás nos permite relacionarnos de un modo más inteligente desde el punto de vista emocional.

A nivel práctico de empresa podemos decir que una persona con un alto grado de autoconocimiento y consciencia sabe cómo le afectan sus sentimientos y cómo le afectan los de los demás en su rendimiento. Así, sabe que los plazos ajustados sacan lo peor de ella por tanto planificará su tiempo e intentará finalizar sus tareas con suficiente antelación.

Alguien consciente de sí mismo y de sus valores sabrá hacia dónde se dirige y para qué, pudiéndose mostrar firme a la hora de aceptar o rechazar una propuesta de trabajo que resulta tentadora económicamente pero que no encaja con sus principios y valores.

El autoconocimiento y la consciencia de uno mismo y de la realidad suele manifestarse en forma de autenticidad, haciendo que la persona pueda expresar honestamente sus sentimientos y emociones. Así cuando tenemos consciencia de nosotros mismos y cometemos un error no tenemos ningún problema en reconocerlo al ser plenamente conscientes de por qué lo hicimos y de las emociones o sentimientos que estaban detrás de esa impulsividad que nos llevo a cometer esa equivocación.

Las personas conscientes de sí mismas son personas seguras de sí mismas porque conocen sus capacidades, saben cuando pedir ayuda y calculan los riesgos que corren a la hora de embarcarse en un proyecto o en una tarea que saben que se les puede quedar grande. Tener consciencia de uno mismo implica también ser capaz de reconocer nuestras limitaciones y aceptar de forma sana el feedback que recibimos de los demás, viéndolo como una oportunidad para mejorar.

2. Autogestión

Los impulsos biológicos rigen nuestras emociones y nuestras acciones. No podemos eliminarlos pero sí podemos gestionarlos de tal manera que podamos controlar o redirigir nuestros impulsos y estados de ánimo perturbadores.

Imaginemos que un manager de equipo acaba de presenciar cómo un determinado trabajo se ha realizado de forma incorrecta y con una muy deficiente calidad. Enfurecido podría gritar a sus colaboradores, podría dar un puñetazo en la mesa o podría mantener silencio siendo consciente de su enfado, de lo que siente en esos momentos y de lo sucedido.

Si el manager posee el don de la autogestión elegirá cuidadosamente sus palabras, adecuará su tono de voz y su lenguaje corporal a la situación, reconociendo la mala ejecución del trabajo sin caer en juicios ni en evaluaciones precipitadas. Intentaría entender de dónde viene el error: ¿Se trata de un error humano?, ¿Obedece a una falta de atención, desidia o esfuerzo?, ¿Cuál es su responsabilidad en el error? Tras meditar sobre estas cuestiones, convocaría al equipo y expondría las consecuencias del incidente y sus opiniones al respecto. Luego presentaría su análisis del problema y propondría su solución a la vez que haría que el resto del equipo asumiera su responsabilidad, alentándoles para que propongan también sus formas de ver la situación, sus propuestas y las posibles soluciones para solventarlo.

Esto que así leído puede parecer fácil en la práctica no lo es tanto precisamente porque muchas veces estamos secuestrados por nuestras propias emociones, sin embargo con práctica y determinación podemos ir mejorando a la hora de enfrentar este tipo de situaciones, siempre y cuando nos demos cuenta de que nuestras emociones surgen de nosotros y a través de nosotros y somos nosotros también quiénes podemos gestionarlas independientemente de la situación siempre que seamos conscientes de lo que sucede dentro de nosotros en cada momento.

Muchas de las situaciones negativas que tienen lugar en los entornos de trabajo tienen que ver con una inadecuada gestión de los impulsos por lo que se hace necesario alentar de alguna manera a que las personas tengan propensión a la reflexión, se sientan cómodas ante los cambios y se comporten de un modo integro en base a sus principios y valores.

3. Motivación

Un rasgo que comparten los líderes y las personas emocionalmente inteligentes es su motivación por conseguir objetivos por encima de las expectativas de los demás y de las suyas propias. Tienen pasión por lo que hacen, buscan desafiarse constantemente, les encanta aprender y se enorgullecen cuando las cosas les salen bien, pero no decaen si las cosas no salen como ellos esperaban. La autogestión se suma a la motivación para superar cualquier frustración cuando tienen un fracaso.

Las personas motivadas tienen pasión por lo que hacen y trabajan por motivos que van más allá del dinero o el estatus social, persiguiendo sus objetivos con energía y determinación.

Estas personas se caracterizan por su autoexigencia, por poseer gran energía y una desbordante motivación interna que les impulsa a mejorar continuamente su rendimiento y sus resultados. No se conforman con objetivos fáciles de conseguir, piensan en grande y tienen una mentalidad ganadora.

Suelen ser personas muy optimistas a la vez que realistas porque también son conscientes de sus limitaciones, pero su fuerte compromiso con sus objetivos, sus ideales y valores hacen de ellos unos perseguidores de objetivos incansables.

4. Empatía

Aunque la palabra parece impropia del mundo empresarial, sin embargo como veremos es un fiel aliado de las personas con una elevada inteligencia emocional.

La empatía no significa apropiarse de las emociones ajenas e intentar complacer a todo el mundo, eso sería una pesadilla y seguro que a estas alturas ya has comprobado que eso dificultaría cualquier tipo de decisión empresarial. La empatía implica tener en cuenta los sentimientos de nuestros colaboradores y de las personas que trabajan a nuestro alrededor, en un proceso de toma de decisiones más inteligente.

Pensemos en los desafíos habituales que supone dirigir un equipo y lidiar con los compañeros a diario. Dichas relaciones están marcadas muchas veces por un cúmulo de emociones que a menudo nos resultan difíciles de gestionar. El líder de un equipo debe ser capaz de percibir y comprender sus propias emociones y las del resto del equipo, para poder entender los diferentes puntos de vista de las personas.

Escuchar a las personas con interés, estar atentos a su lenguaje corporal, a sus palabras y ser capaces de oír el mensaje que se oculta detrás de éstas es labor de un líder eficaz que ha desarrollado la empatía. Ser empático significa comprender la configuración emocional de los demás y tener la habilidad para tratar a las personas según sus reacciones emocionales.

Ser empático es ser capaz de colocarse en los zapatos del otro, pero con la dificultad de quitarnos nuestros propios zapatos, para así comprender los sentimientos y las emociones de los demás sin dejarnos arrastrar por ellas, algo que muchas veces no resulta sencillo pero que también se puede aprender con la práctica.

5. Habilidad social

Los tres primeros componentes de la inteligencia emocional están relacionados con uno mismo y su autogestión, mientras que la empatía y la habilidad social están relacionados con la capacidad de la persona para gestionar las relaciones con los demás.

Las personas socialmente hábiles suelen tener un círculo amplio de conocidos y mano derecha para establecer acuerdos con personas de todo tipo. Son conscientes de que uno solo por sí mismo no puede lograr cosas realmente importantes.

La habilidad social es la culminación de las otras dimensiones de la inteligencia emocional. Las personas suelen ser muy eficaces en la gestión de las relaciones cuando son capaces de entender y gestionar sus propias emociones y empatizar con los sentimientos de los demás. Incluso la motivación contribuye a la habilidad social ya que las personas motivadas son más optimistas influyendo en las conversaciones y en los encuentros sociales de forma positiva.

Las personas con habilidad social poseen don de gentes y gozan de bastante popularidad, dominan la gestión de la relaciones y la creación de redes de colaboración. Tienen gran capacidad para crear afinidades y generar entendimiento.

No sería adecuado afirmar que el coeficiente intelectual y la habilidad técnica no son importantes para el desarrollo de un liderazgo eficaz, pero a la vista está que la receta no estaría completa sin una adecuada inteligencia emocional.

Todos nacemos con ciertos niveles de inteligencia emocional. A medida que vamos cumpliendo años y madurando mejora sustancialmente nuestra inteligencia emocional, sin embargo podemos mejorar estas aptitudes de un modo mucho más rápido a través del aprendizaje, la práctica y la perseverancia, algo que también trabajamos en Coaching Talent en todos nuestros programas y procesos de desarrollo a través del Coaching Ejecutivo.

Así, la buena noticia es que la inteligencia emocional puede aprenderse y las ventajas que puede ofrecernos hace que valga la pena el esfuerzo invertido en desarrollarla ¿no crees?

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