EL CAMBIO INTERIOR

 En Autonocimiento, Desarrollo personal, Inteligencia Emocional, Responsabilidad personal, Responsabilidad social

Quiero pensar que existe una mayoría silenciosa en la sociedad y en el mundo en general. Una mayoría que intenta hacer las cosas lo mejor que sabe, que se levanta cada mañana con la intención de salir adelante ante las dificultades.

Una mayoría que se queja poco, que intenta no dejarse arrastrar por las emociones de lo que sucede, ni se deja embaucar por ideas radicales y populares vengan de donde vengan. Una mayoría que entiende cómo funciona el sistema y que es capaz de ver la grandeza y la miseria humana porque primero la ha reconocido dentro de sí mismo. Una mayoría sensata que guarda silencio, escucha, observa e intenta comprender lo que sucede a su alrededor sin entrar en un juicio continuo.

Nuestras circunstancias, los medios de comunicación, los poderes fácticos económicos y políticos nos tensan cada vez más y son ya muchos los que se resignan ante los acontecimientos que nos presentan los medios todos los días donde el miedo, la inseguridad y la incertidumbre parecen haberse adueñado del relato. Los medios la mayoría de las veces no informan sino que nos lanzan mensajes que provocan en nosotros emociones negativas.

Muchos hacen «oídos sordos» para no caer en el desánimo, sin embargo últimamente también he percibido que otros muchos no entran en juicio, pero llevan la cuenta, aún cuando no den su opinión. No es que no tengan nada que decir o que no tengan capacidad crítica, sino que se han dado cuenta de la farsa en la que vivimos y la aceptan de algún modo porque la comprenden, aunque no les guste ni la compartan en sus vidas. Se han hecho dueños de su pensamiento alejándose del pensamiento colectivo y el relato oficial.

«Ningún colectivo emplea la razón. Los colectivos no razonan, se autoconfirman, se autocomplacen y malviven sometidos a la doctrina de sus líderes. El colectivo representa el pensamiento único, el de ellos, sean quienes sean. Independizándonos de los colectivos nos vamos a convertir en maestros y aprendices de nosotros mismos. La humanidad es el único colectivo que debería interesarnos».

Aarón García Peña

Descifrando los comportamientos

Casi todas las presuposiciones de la Programación Neurolingüística (PNL) causan algún tipo de reacción y discusión, pero si hay una afirmación que ha causado un alto grado de controversia, ésta ha sido sin duda la siguiente: «Detrás de todo comportamiento hay una intención positiva». Dicho así, según lo escuchamos, lo primero que se nos va a venir a la cabeza es criticar dicha afirmación. ¿Cómo que detrás de la violencia hay una intención positiva? Está claro que lo que se quiere es hacer daño y eso nunca es positivo. Muchos pensaréis: «No, no; eso no está bien».

No nos quedemos sólo ahí, miremos un poco más allá para darnos cuenta de lo que representa dicha afirmación. Si te cuesta verlo y entenderlo, obsérvalo en ti. Viéndolo en uno mismo siempre resulta más fácil.

Piensa en un comportamiento que hayas tenido del cual te hayas arrepentido. ¿Lo tienes? Ahora intenta diferenciar el comportamiento en sí, de tu intención. ¿Qué buscabas con tu comportamiento? ¿Cuál era la intención última para ti al comportarte de aquella manera? Seguramente sentirte bien de algún modo y quizá el modo de hacerlo no fuera el más adecuado por las consecuencias que tu comportamiento pudo tener para ti y para otros.

De este modo podemos comprender que detrás de muchos comportamientos lo único que hay es una intención positiva para quienes los realizan. Otra cosa distinta es que las consecuencias de dichos comportamientos finalmente sean negativos o incluso desastrosos. Detrás de la conducta de quien fuma, de quien come en exceso, de quien consume alcohol o alguna droga, de quien lanza piedras o quema contenedores, lo que está detrás de esa conducta, la intención última, consciente o inconsciente, está el hecho de querer sentirse bien de algún modo.

Calmar la ansiedad, la angustia, la inseguridad, ahogar los problemas en el alcohol o sacar la ira y el enfado que tenemos dentro de nosotros mismos ejerciendo la violencia contra cosas o personas seguramente esté detrás de muchos de nuestros comportamientos, tanto si nos damos cuenta de ello como si no. Desde luego, el hecho de entender que esto ocurra por causas internas inconscientes no justifica nada, sin embargo nos permite ganar en perspectiva y comprensión.

Las intenciones son positivas para quienes llevan a cabo estos actos, pero si miramos con detenimiento vemos que a menudo muchos actos pecan de ignorancia e inconsciencia. Inconsciencia de no saber por qué y para qué lo hacen, ignorancia de no querer saberlo. Ignorancia nunca es aquí sinónimo de falta de inteligencia, al menos del tipo de inteligencia del que hablamos normalmente. De este modo, dichos comportamientos casi nunca son las maneras adecuadas de canalizar nuestras frustraciones e insatisfacciones porque lo que haces a otros, finalmente, te lo haces a ti mismo. Esto creo que ya lo hemos aprendido, ¿no?

Responsabilidad personal y social

Nuestras sociedades han alcanzado un nivel de bienestar y desarrollo sin precedentes, al menos en esta parte del mundo. Si tienes dudas sobre esto puedes hacer un rápido repaso a nuestra historia. Gracias a que una mayoría silenciosa ha sido capaz de asumir responsabilidad personal frente a su vida y a sus circunstancias hoy podemos disfrutar de muchos derechos. Y también, hay que decirlo, gracias a que algunos han reivindicado violentamente algunos derechos hemos conquistado otros, aunque por experiencia nos hayamos dado cuenta ya que esta forma de canalizar nuestras reivindicaciones no sea la mejor por sus consecuencias negativas.

Así, quienes no son capaces de asumir responsabilidad personal son un peligro para la sociedad porque tienden a victimizarse, a culpar a otros sobre lo que les sucede y a dejar en manos de otros su propia responsabilidad. Y es muy legítima esa postura y seguramente esté cargada de intención positiva para quien la ejerce, sin embargo está cargada de irresponsabilidad. Tienes que darte cuenta de que este tipo de actitudes te desempoderan y te incapacitan para responder de forma adulta, madura y responsable.

¿Eso significa que no puedo volver a quejarme? Si, claro que puedes. Puedes seguir quejándote, incluso lanzar alguna piedra de vez en cuando, pero date cuenta de cuál es la intención que hay para ti detrás de muchas de esas actitudes y comportamientos. Y eso sí, tendrás que estar dispuesto también a asumir tu responsabilidad por las consecuencias de tus acciones.

No es que tengas que resignarte frente a lo que sucede o frente a los ataques personales que puedas recibir en algún momento. Únicamente obsérvate antes dar una respuesta. Observa esas actitudes y comportamientos e intenta no responder de forma reactiva, de modo automático e inconsciente.

Inteligencia Emocional y Auto-observación

Pregúntate frecuentemente ¿qué quiero conseguir con esto? Ve más allá, no te quedes en lo primero que surge en ti porque eso sólo es una emoción. «Lo hice para hacerle daño» o «Lo hago para hacerme daño» es quedarte en la superficie. «Intento sentirme bien conmigo mismo» es quizá una respuesta más honesta. Luego tendrás que saber que entiendes tú por sentirte bien y cómo puedes canalizar esas emociones de un modo más eficaz, más responsable, más honesto contigo mismo y con una mayor inteligencia emocional.

Date cuenta que hacer este ejercicio de responsabilidad y sinceridad contigo mismo te va a aportar mucha información sobre ti y mucho más poder que actuar movido por la reacción e inconsciencia y evitará que hagas daño a otros y en último término a ti mismo.

Únete a esa mayoría silenciosa que nos ha permitido vivir en sociedad de forma pacífica durante mucho tiempo. No pongas tu responsabilidad en manos de lo de afuera. Gestiona tu impulsividad ante los acontecimientos y hacia lo que sientes y tampoco permitas que otros abanderen tu salvación. Date cuenta de la ignorancia e inconsciencia que hay detrás también de quienes pretenden usurpar tu responsabilidad para poder satisfacer sus propios deseos e intereses, e intenta ver también qué intención positiva hay para quienes lo promueven. Observa cómo sus conductas y actitudes tienen más que ver con sus propias necesidades que con las tuyas. Date cuenta, de que en la mayoría de los casos, quien pretenden abanderar tu salvación están tan perdidos como tú o más.

Tendrás que reconocer y darte cuenta también que gran parte de las cosas que haces aparentemente por los demás en realidad las haces por ti mismo, aunque pueda parecerte lo contrario. Sobre todo cuando nadie te ha pedido tu ayuda. Reconociendo también que cuando lo haces con la disculpa de ayudar a otro, quien más se beneficia de hacerlo eres tú mismo.

Y si tú te comportas así, ¿qué te hace pensar que los demás se comportan y actúan de un modo diferente?

Da un paso más hacia tu desarrollo personal y profesional frente a las circunstancias que nos tocan vivir hoy. Súmate a la actitud de esa mayoría silenciosa.

Yo, ya mismo me callo, guardo silencio y me sumo a la actitud de esa mayoría silenciosa, entendiendo que la única forma de mejorar el mundo de verdad es mejorándonos a nosotros mismos. Así, ese cambio que anhelamos en la sociedad y en el mundo, o es un cambio interior o no será un cambio real.

Durante mucho tiempo hemos empleado mucha energía en cambiar el mundo exterior desde el exterior. Aún seguimos consumiendo mucha energía intentándolo. Sin embargo, el cambio exterior real no se produce desde el exterior, sino desde el interior de cada uno de nosotros.

«Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo».

León Tolstói

Tenemos que darnos cuenta que lo que hay ahí fuera es un claro reflejo de lo que hay en el interior de la mayoría de nosotros. Los verdaderos cambios no se consiguen siendo impuestos desde fuera sino realizando cambios internos en nosotros mismos, lo cual se reflejará posteriormente en nuestro entorno.

Cambia tu mundo interior, y será tu cambio interior el que genere un nuevo mundo exterior. Porque para «arreglar el mundo» hemos de empezar por nosotros mismos primero. ¡Así de fácil y así de complicado!

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